Posible prólogo con las motivaciones, e índice:
¿Qué pretendemos con este libro? Aprender a sufrir la enfermedad, propia o ajena. Este libro es el segundo, en una serie de 8, cuyo orden será:
1. La pérdida del ser querido (ya escrito)
2. Aprender a sufrir la enfermedad
3. Sobre la angustia y soledad
4. El mal de amores
5. El mal y el dolor de los inocentes
6. El pecado, sacrificio y Cristo en la Cruz
7. El consuelo, la madre y los 7 dolores de la Virgen
8. Vida más allá de la muerte (ya escrito)
¿A quién va dirigido? En primer lugar a los enfermos, para darles consuelo, y también a los cuidadores, parientes y amigos...
¿Qué mensaje queremos transmitirle? qué el dolor no se identifica con el mal, más bien es un síntoma del mal. Si se puede, se quita el mal. Si no se puede, se aprovecha ("no hay mal que por bien no venga") y la manera suprema de aprovecharlo es unirlo a la cruz de Jesús, que no vino a quitar el dolor sino a darle sentido, por el amor, vino y yació sobre la cruz para romper el maleficio del mal, y abrir por él una vía de salvación.
¿Qué preguntas queremos formular y responder? Nos formulamos la pregunta del dolor en las variables que hay en la vida, y queremos dar paz, con contenido: acudir a la verdad, dentro del misterio incomprensible.
El hilo conductor de estas páginas queremos que sea el lenguaje del amor como respuesta a la enfermedad. Cuando alguien es querido no está solo. No quiere morir...
En este libro veremos muchas voces. Lo hemos querido hacer así, he invitado a los amigos de e-aprender.net que colaboraran conmigo en este empeño. Te invitamos a hacer lo mismo a llucia.pou@gmail.com, dirigiendo ahí sugerencias, correcciones, aportaciones de todo tipo...
Yvette dice: "Creo que el mejor texto que nos puede ayudar a comprender la misión del sufrimiento en la vida es el Libro de Job. Hay que leerlo varias veces para comprender su riqueza de contenido. Nuestra falta de fe, con frecuencia nos impulsa a preguntarnos porqué suceden tantas cosas malas a la gente buena o a la gente que no lo merece. Dios no tiene ninguna obligación de darnos explicaciones, más bien nosotros tenemos que buscar y aceptar las explicaciones que Dios nos da, en vez de exigirle a Dios la respuesta a nuestras necias interrogantes.
Dios puede hacer muchas cosas buenas y traernos bendiciones a través de los males. Dios sabe lo que es sufrir y sabe cómo ayudarnos. ¿Acaso no envió a su único Hijo para dar su vida por nosotros, mediante su pasión y muerte?.La vida era muy buena para Job (Job 1, 1-3), pero pasó a ser muy, muy, pero muy mala (Job 1, 13-19), en un sólo día perdió todo. Hay una escena entre bastidores, entre Dios y Satanás (Job 8, 1-12). Job responde ante su sufrimiento con humildad, demostrando que creía en Dios, que lo adoraba, aunque le faltara TODO. Con esta respuesta (Job 1, 20-22), Job demuestra que Dios ganó y Satanás perdió. Vuelve a insistir Satanás, en una segunda escena entre bastidores (Job 2, 3-6). Satanás de nuevo vuelve a desafiar a Dios atacando la integridad de Job, hasta su esposa lo reprochó.
Hay 40 capítulos más en el libro de Job. No se vuelve a mencionar a Satanás después del capítulo 2. Satanás fuer silenciado terriblemente por la dignidad de Dios y por la integridad de Job.
Dios responde hasta el capítulo 42. Es evidente que además del amor desinteresado, la virtud que más atrae a Dios es la humildad. También San Pablo lo confirma en Filipenses 2, 5-11. Llegó un momento en que Job creyó que podría soportar todo si Dios le concedía una audiencia, como para defenderse del Todopoderoso, pero las cosas no ocurrieron como él esperaba. En lugar de impresionar a Dios con su 'causa justa', Job quedó asombrado por el inmenso poder de Dios, por su autoridad sobre el Universo. Se sintió como un estúpido por querer corregir al Señor en sus designios. No obstante, de todo lo malo, surgió lo mejor. Del dolor aprendió cuáles eran sus insuficiencias, su desnuda inseguridad, vulnerabilidad y la dependencia que tuvo de otros. El sufrimiento lo hizo dirigir su mirada directamente a Dios. Dios no admira el orgullo, el imán que lo atrae es la humildad. (I Pedro 5,5). Dios quiere una relación íntima con nostros y el sufrimiento es un llamado para dirigir nuestra mirada hacia Él, como lo hizo Job y como lo hizo el propio Cristo desde su cruz".
Dios responde hasta el capítulo 42. Es evidente que además del amor desinteresado, la virtud que más atrae a Dios es la humildad. También San Pablo lo confirma en Filipenses 2, 5-11. Llegó un momento en que Job creyó que podría soportar todo si Dios le concedía una audiencia, como para defenderse del Todopoderoso, pero las cosas no ocurrieron como él esperaba. En lugar de impresionar a Dios con su 'causa justa', Job quedó asombrado por el inmenso poder de Dios, por su autoridad sobre el Universo. Se sintió como un estúpido por querer corregir al Señor en sus designios. No obstante, de todo lo malo, surgió lo mejor. Del dolor aprendió cuáles eran sus insuficiencias, su desnuda inseguridad, vulnerabilidad y la dependencia que tuvo de otros. El sufrimiento lo hizo dirigir su mirada directamente a Dios. Dios no admira el orgullo, el imán que lo atrae es la humildad. (I Pedro 5,5). Dios quiere una relación íntima con nostros y el sufrimiento es un llamado para dirigir nuestra mirada hacia Él, como lo hizo Job y como lo hizo el propio Cristo desde su cruz".
Pilar V. Padial nos da su testimonio: "Para los compañeros que no lo saben, os explicaré que tengo 46 años y desde los 19 estoy enferma, aunque un brote brutal a los 26 años es el que me ha dejado en un grado de invalidez muy grande (no puedo trabajar, conducir, hacer ejercicio, leer demasiado...me agota incluso hablar). Bueno, eso lo digo para poneros en contexto de que hablo desde el punto de vista de una persona afectada"Y nos dice: "Me intersa mucho y aquí puedo aportar mi granito de arena de mi experiencia, la de mi hermano disminuído psíquico y la de mis colegas de enfermedad de la asociación". " Yo lo dirígiría también para los que ahora no tienen nada que ver con la enfermedad, es algo que afecta a todos aunque no lo sepamos. Tenemos un miedo subconsciente grande a la enfermedad y a lo que supone y, a veces es la causa de que a los enfermos se nos haga el vacío: no por desprecio, sino por miedo. La enfermedad, como la muerte, la alegría, y todo lo demás es parte de nuestra vida en esta tierra...Todos sabemos muchas cosas pero, antes de embalarnos a escribir, sugeriría que nos puesiéramos en el lugar de un enfermo o alguien que tiene a un enfermo cercano. No todos somos iguales, pero el mundo y su visión cambia enormemente. Da un giro enorme, como antes de aprender a leer y después, todos esos simbolillos adquieren significado. Igual cuando tu vida ha cambiado para siempre por una enfermedad seria, ya nada vuelve a ser igual y tu escala de valores, aficiones, deseos, son muy diferentes.
Algo que ocurre habitualmente cuando te presentas a alguien y, por preguntarte de qué trabajas o algo así, le haces saber que estás enfermo es que, de entrada, sin conocerte de nada muchos te sueltan una asertación sobre una serie de lecciones que creen que deben darte. Tú lo agradeces porque ves la buena intención pero lo primero que te surge en la mente es: "pero, ¿te he preguntado yo algo?
Y luego..."si te hubiera dicho que soy arquitecto, ¿me hubieras dado unas clases de construcción de edificios? ¿qué te hace pensar que soy totalmente tonto y en tantos años no he aprendido nada?" desde luego agradeces la buena intención, pero si vamos a escribir un libro que ayude, hay que tener en cuenta estos sentimientos, ¿no?
No os enfadéis por nada de lo que diga, ¡eh! es que yo soy un poco heavy hablando y lo llevo al absurdo a veces para verlo más claro.
También, a veces, los enfermos nos ponemos dificilillos y no nos comunicamos. Actuamos como si todos tuvieran que adivinarnos el pensamiento o qué podemos o no podemos hacer. El explicar a las personas que de veras quieren quererte (que no son todos) lo que necesitas y lo que no y lo que te apetece o no, facilita mucho las cosas.
Y pienso que el caso es muy diferente de si te vas a curar ono (salvo milagros), si tienes dolor o no, si te invalida mucho o no, si tienes quien te cuide o no, si tienes medios económicos o no y si te has puesto enfermo de joven, de niño, o de mayor con la vida más o menos hecha. Si haces sufrir a alguien muy cercano o no, etc. Si eres creyente o no, por supuesto..."
Mercedes Cortes Ferreras nos subraya la paciencia en la enfermedad. Así dice: "puedo hablar de la enfermedad, pero no me gusta hacerlo, siempre se tienen molestias, a mi me han prohibido tomar el sol, desde el verano pasado, con lo que he disfrutado toda mi vida navegando nadando en alta mar, esquí acuático... pero os garantizo que sin quejas ni mal humor ofreciendo al SEÑOR NUESTRO DIOS se pasa muy bien mis horas de sol las dedico hacer voluntariado con los enfermos de SAN JUAN DE DIOS, !que feliz soy !.. hay que saber sonreír a las contrariedades y muy en especial saber mirar a ese CRISTO ... bien no quiero molestar más, ser alegres no estéis tristes, ofrecedlo todo a DIOS. Un abrazo para todos-as. Mercedes".
Aquí por tanto queremos pensar con la vida, transmitir experiencias, como le decía Pilar a Mercedes: "no me molestas, eres un tesoro. Cuando puedas, cuéntanos más cosas. Cosas que te han ayudado a acaptar tu sufrimiento sin quejarte, a saber ofrecerlo, a ser voluntaria... tienes mucho que aportar"... pues eso es lo que queremos.
Y a ti, lector, te diré lo que le dijimos a Mercedes: Estamos aquí para añadir cosas a un libro, para componerlo. Tu testimonio es estupendo, y te doy las gracias por compartirlo: ayuda a otros, y a quien se desahoga le sirve de consuelo... pero puede ayudar a otros, de manera que si no dices nada en contra lo pondremos en el texto, con tu nombre. Si prefieres que sea anónimo, lo señalas y así se hará.
Mucho se puede decir del sufrimiento humano y hay muchos tipos de sufrimiento (el dolor, la incapacidad, la duda sobre el más allá,...). Comenzamos pues con el índice, para irlo armando...
A. El dolor y la Cruz de Cristo
1. En el camino de la vida
2. La ciencia de sufrir
2. La ciencia de sufrir
3. Un veneno que cura (sentido del sufrimiento)
3.B. La enfermedad
C. Consuelo y curación...
A. EL DOLOR Y LA CRUZ DE CRISTO...
1. En el camino de la vida
Recibí unas palabras por Internet, palabras que estaban pintadas en una pared en la ciudad de Oklahoma, en el lugar donde se había producido un tiroteo:
-Dije: "Dios, me duele." Y Dios dijo: "Lo sé."
-Dije: "Dios, he llorado tanto..." Y Dios dijo: "Para eso es que te di lágrimas."
-Dije: "Dios, estoy tan deprimida..." Y Dios dijo: "Por eso es que te di el brillo del sol."
-Dije: "Dios, la vida es dura." Y Dios dijo: "Por eso es que te di a seres queridos."
-Dije: "Dios, mi ser más querido murió... " Y Dios dijo: "El mío también."
-Dije: "Dios, es una pérdida tan grande... " Y Dios dijo: "Vi al mío clavado en una cruz."
-Dije: "Dios, pero tu ser más querido vive... " Y Dios dijo: "El tuyo también."
-Dije: "Dios, duele." Y Dios dijo: "Lo sé."
¿No parece a veces que el dolor y la injusticia dominan la historia? En el libro "Itinerarios de vida cristiana", Javier Echevarría (obispo prelado del Opus Dei) nos recuerda que en el momento complejo y paradójico de este mundo en el que vivimos, junto a sombras innegables no faltan luces, pero por encima de todo no falta la presencia de Jesús, Dios con nosotros ("Enmanuel"), "dándonos la posibilidad de ser nosotros hijos de Dios: nunca agradecemos suficientemente este tesoro, que nos lleva a afrontar las diferentes circunstancias con optimismo sobrenatural". La soledad existencial, el fruto amargo del egoísmo que padecen tantos en nuestra sociedad, nos interpela sobre qué sentido tiene el sufrimiento, yendo a la raíz de la vida cristiana, la señal del cristiano, es decir la paradoja de la cruz como reveladora del rostro de Jesús, como itinerario pascual, es decir como expresión del amor y camino de la gloria.
La Iglesia –en el “via crucis” de la Jornada Mundial de los Jóvenes, en Madrid 2011 lo hemos visto- canta la cruz, lo cual significa que el dolor no cancela la alegría, si se vive unido a la entrega de Jesús por nuestra salvación. La alegría no está opuesta al dolor sino más bien se agosta por el egoísmo del pecado, por el olvido de amar a Dios y al prójimo. El egoísmo es el mal de nuestro tiempo, junto con la falta de arrepentimiento (el resentimiento, el odio interior, las heridas mal curadas). Quien vive dominado por un ambiente donde lo principal es el culto de la buena imagen, del éxito, del poder, se deprime ante un fracaso, ante un traspiés económico, incluso ante unas arrugas en la cara. La alegría no va ligada a la impecabilidad, sino a la disposición para pedir perdón y arrepentirnos. La alegría verdadera es la del hijo pródigo (quien sabe pedir perdón, ser humilde y volver a comenzar). Y por eso decía san Josemaría Escrivá que es el sacramento de la penitencia el sacramento de la alegría.
No es la vida un absurdo ni el cristianismo una utopía. Es un camino junto con otros, y muchos de ellos nos ofrecen su vida como modelo. Hoy no se valoran las teorías, sino los testimonios, y sobre todo la experiencia personal que no obliga, que se muestra simplemente. El otro día escuchaba una tertulia de radio; decía uno que la honestidad tiene que llevar al cristiano a ser coherente confesando a Cristo sin respetos humanos, y si existe en nuestra sociedad una actitud de rechazo hacia temas de carácter religioso, habrá que cambiarla creando un clima de libertad. Pienso que sí, que tenemos una “bruja” en el mundo de hoy que se llama miedo a hablar de Dios: el silencio de Dios en los medios de comunicación, cosa extraña si más de un 90% acreditan tener fe.
Hay muchos que se consideran poseedores de la verdad, “objetivos”, y hacen la vida imposible a los que piensan de distinta manera. Decía Benedicto XVI que nadie posee la verdad, la buscamos, en todo caso es la Verdad la que nos posee. Y en este ambiente, se encuentra la gran paradoja. Pues si nosotros no estamos sujetos a una razón lógica de modo total, sino que tenemos espíritu de contradicción, nos entendemos sin escandalizarnos cuando miramos a Jesús, que ha sido y es signo de contradicción. "Cuando los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, superaron el miedo para anunciar a Cristo, pero enseguida 'los objetivos' los tomaron como borrachos, fueron encarcelados y después ya sabemos cómo acabaron, aunque siempre fueron hombres felices. Y así a lo largo de los siglos. La novedad cristiana chocará siempre, pero este choque puede y debe ser un revulsivo que genere amor, humanice al hombre, le abra nuevas perspectivas, lo libere" (J. Echevarría). Quizá la idea central de este camino de la vida, lo que nos ha traído Jesús, es la proclamación del “sentido de filiación divina”. Sentirse hijo de Dios que tiene como formas de expresión la alegría y el amor a la libertad: que “cada caminante siga su camino”, pues cada uno ha de encontrar su “itinerario” personal, ya que personal es el encuentro de cada alma con Jesús...
Puntos centrales de ese caminar será hacer memoria de lo que son las fuentes de la existencia cristiana, que constituyen el arranque: amor del Padre, Hijo y Espíritu Santo, Iglesia y la Santísima Virgen… donde se ve que la religión no es un esfuerzo titánico de lucha por cumplir unas obligaciones, o renunciar a cosas o una lista de prohibiciones, sino que es más bien una donación de amor que Dios hace al hombre, quien se da como respuesta en un seguimiento de Jesús, Dios encarnado, y por el Espíritu Santo va a la casa del Padre. De esto no hablaremos aquí, pero lo vemos en la perspectiva del cielo y la esperanza en el último libro, “Vida más allá de la muerte”. El “Catecismo” lo trata muy bien, y nos remitimos a él al comienza de su tercera parte, “Vida en Cristo”. También allí podemos ver el “camino del encuentro con Dios”: la conversión de lo malo (pecado), y la lucha por un mejoramiento hacia una semejanza más perfecta del modelo que es Cristo, sobre todo a través de la oración (hablar con Dios) y sacramentos (profundizar en el Bautismo, Penitencia, Eucaristía...; sobre todo en su segunda parte, los Sacramentos). En el camino de la vida vamos de la mano de Cristo, Señor de la historia. Esta presencia suya, que da sentido al dolor, a la Cruz como camino de la Gloria, da una proyección trascendente a nuestra existencia, de pensar en los demás; da un modo nuevo de vivir en la tierra, con “vibración de eternidad” (J. Escrivá), es decir con la mirada en el cielo, mientras hace su trabajo por amor, se da en la familia, y sirve en la vida cívica construyendo un mundo mejor. 2. La ciencia de sufrir
“A Jesús Señor nuestro lo glorificó su Pasión dolorosísima, con la que venció el pecado y triunfó de él...” decía Torres i Bages, obispo, en su última carta pastoral firmada en el lecho del dolor, sufriendo la enfermedad que le llevaría a la muerte; denunciaba esos países egoístas, ricos y de vida abundante y cómoda: “este es el espectáculo que hoy dan en el mundo las naciones que se tenían por las más civilizadas, que parecían el ejemplo que debían imitar todas las demás.
Nuestras oraciones deben ser continuas pidiendo a Dios aquella paz que el mundo no puede dar, y… al contemplar la Pasión de Jesucristo, debemos considerar que sufre de nuevo los dolores y 1as amarguras del Calvario, en la persona de sus hijos, que, víctimas de la guerra, acaban la vida con tormentos horribles. La Pasión de Jesús fue el crimen mayor que se ha cometido en el mundo, y nunca es posible que haya otro igual, pues fue un deicidio... I no obstante, la Pasión y Muerte de nuestro adorable Redentor son el principio de una restauración de nuestro linaje, una fuente inagotable de virtudes humanas, la glorificación de Dios en la tierra. y la puerta por la que debemos entrar en la gloria eterna. Por una parte, la Pasión y Muerte de Jesús es lo más abominable que puede cometer en el mundo, y ¡de otra es la gloria y la salvación de nuestro linaje. Caifás profetiza, sin saberlo, al decir de Jesús: Conviene que muera un solo hombre para el bien del pueblo y que no perezca toda la nación (Jn 11,50).
¿No es un misterio la gran guerra actual? Dentro una civilización espléndida, después de años y años de predicaciones pacíficas, de una difusión continua de ideas en el sentido de una hermandad entre todos los pueblos de la tierra, de redacciones amistosas entre las distintas naciones en que los sentimientos humanos imponían a la sociedad universal, ha venido la guerra más inhumana que han visto los siglos, una guerra brutalmente reflexiva, que usa refinamientos científicos para la matanza de hombres. ¿Será también este misterio como el misterio del Calvario? ¿Será esta dolorosa pasión del linaje humano que vemos ejecutar en medio del mundo civilizado, el cumplimiento de la profecía de Simeón cuando dijo de Jesús Niño al ser presentado en el templo: Este Niño será para ruina y resurrección de muchos? El curso de la historia no lo podemos adivinar los hombres, está fuera de los límites marcados en nuestra inteligencia y hemos de decir como el Psalmista: «Una ciencia tan maravillosa está por encima de mí, es demasiado alta para que yo la pueda alcanzar» (138,6)”.
Misión del sufrimiento en la vida
“El sufrir enseña y quien no lo conociera no conocernos la vida en toda su realidad, porque eh sufrimiento es parte imprescindible de ella. Así como no hay en la tierra luz sin sombra, tampoco hay vida sin sufrimiento. Querer ignorarlo, taparlo con aparentes placeres, hacerse la ilusión de que la vida sólo Bienes debe proporcionar satisfacciones, es un engaño, es un atentado a la Verdad, inventado por la cobardía; y el hombre debe armarse para la lucha escuchando el oráculo de la antigua revelación que dice: “La vida de hombre sobre la tierra es un combate” (Job 7,1) . Sin la lucha del hombre se vuelve flojo, pierde la energía, queda disminuido y la potencia que el Creador le ha comunicado para acciones virtuosas queda desvanecida.
El sufrimiento o la contrariedad son un ingrediente tan íntimo en la presente vida terrenal, que sin él se vuelve insípida y hasta insoportable. No habría nada peor, si esto fuera posible, que una persona sin ninguna preocupación, sin contrariedades, que todo le fuera a su placer, que nadie le contradijera, que todos le dieran la razón, que todos le obsequiaran, que en el momento de tener un deseo por gusto enseguida experimentara la satisfacción; quien viviera en esa atmósfera se ahogaría; y todos hemos visto casos de suicidio en personas sin ganas de vivir por no poder soportar una vida en la que los gozos se transforman en hastío por la monotonía de la satisfacción…
La Iglesia pone con frecuencia en nuestra boca aquella oración en la que, recordando el gran misterio de la encarnación de Dios, se nos dice que por la pasión y la cruz hemos de llegar a la gloria de la resurrección. Es decir, el sacrificio es necesario para la perfección humana, y en consecuencia, sin sacrificio no puede haber felicidad, porque ésta supone la perfección, que es la gran aspiración de la criatura”, y para eso hay que trabajar… Santo Tomás explica cómo el hombre se siente incompleto, “y el amor de la unidad tiene unas exigencias tan poderosas que siempre nos encontramos en su búsqueda, desposeidos de ella cuando encontramos a faltar algo, y siempre que hay un obstáculo para conseguirla sentimos como la amputación de alguna cosa en nuestra naturaleza y no estamos en paz como quien le falta algo en su vida; ese deseo de unidad es causa de dolor (S. Th., I-II, 36, a.3): no queremos, como enseña san Pablo (2 Cor 5,4) despojarnos sino sobrevestirnos de esa unidad, “de manera que el gozo y el dolor proceden de este misterio de la unidad, que es en este mundo principio de bienestar o de tormento transitorios y en el mundo entero lo es de felicidad o de desgracias perpetuas… y de la unión o separación nos vienen el gozo o dolor.
La idolatría rompe esa unidad esencial: por ella el hombre se une con lo que no es principio de vida, con dioses muertos, en lugar del Dios vivo”.
Cuando sufrimos, absolutizamos un aspecto de la vida: el dolor, esta realidad distorsionante que indica un mal, unos límites... Siempre que podemos lo quitamos, si no seríamos masoquistas. Pero ante el dolor inevitable, es interesante descubrir un sentido positivo, tomar distancia del momento en el que lo único que se puede es padecer o com-padecer, y entrar en la visión de conjunto que compone el cuadro de la creación y de la historia: vemos que los que han superado las dificultades han sobrevivido y progresado. Así, quienes lucharon en el Nilo ante el agua y se esforzaron en desecar pantanos pudieron crecerse y crear una civilización floreciente; por el contrario, los que ante un proceso de desertización fueron a buscar agua a otros lugares más habitables se quedaron en su rudimentario modo de vivir, esos otros pueblos no han vivido casi ningún progreso. La adaptación excesiva al ambiente impide el desarrollo y conlleva el peligro de sucumbir ante un cambio brusco de éste. De la misma forma, eliminar toda dificultad conlleva estancarse en una inmadurez, no estar preparado para la lucha por la vida. Unamuno ve en esa lucha que causa dolor “la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, sólo sufriendo se es persona… el dolor es el camino de la conciencia y es por él como los seres vivos llegan a tener conciencia de sí. Tener conciencia de sí mismo, tener personalidad, es saber y sentirse distinto de los demás seres: a sentir esta distinción se llega por el choque; por el dolor más o menos grande, por la sensación del propio límite. La conciencia de sí mismo no es sino la conciencia de la propia limitación”.
Uno de los casos más paradigmáticos lo vemos en el personaje de Leo Tolstoi en “Guerra y paz”: Pierre Besochov. Sus cambios internos son sorprendentes: “antes era tenido por un hombre bueno, pero no feliz. Uno se mantenía, inconscientemente, a una cierta distancia de él. Sin embargo, ahora emanaba de su boca una sonrisa llena de la alegría de vivir. En sus ojos había compenetración con el prójimo y se insinuaba la pregunta: ¿estáis también tan contentos como yo? Era agradable comunicarse con él. Antes era muy hablador y podía entusiasmarse a lo largo de una conversación. Entonces no atendía apenas a las razones de los demás. Ahora, en cambio, se deja arrastrar raras veces por la discusión y podía de tal modo escuchar a los demás que uno le abría los secretos más recónditos… antes, la princesa (Catarina Semjonovna) creía que su mirada contenía indiferencia y burla, y, como solía hacer con tantos otros, le había declarado prontamente su hostilidad, que era una de sus múltiples cualidades. Ahora, por el contrario, sentía que él había penetrado en lo profundo de su alma, y le descubría, al principio con desconfianza, después con agradecimiento, el lado bueno y oculto de su carácter”. Y no fueron los años ni aprendizajes, sino los pesares de la guerra, y las inclemencias de la cautividad, los que ejercieron tan notable influencia. En este sentido el dicho popular “no hay mal que por bien no venga” nos sugiere que todo crecimiento, también toda creatividad artística o de cualquier otro tipo, pasa por el silencio y el dolor. Le preguntaron: “¿años perdidos?”, a Alexander Solzhenitsin y su cautiverio, y respondió: “no, en realidad no perdidos… quizá aquellos años fueron necesarios… el dolor es esencial para nuestro progreso espiritual y para nuestro perfeccionamiento interior. El sufrimiento viene repartido a la humanidad y a cada hombre, en una cantidad suficiente, para que el hombre pueda sacar utilidad de él, si lo sabe usar en su crecimiento interior”. Pero “la capacidad de sufrir no es inmediatamente asequible, sino que tiene que ser conquistada con esfuerzo de autocreación. Aquí se impone la tarea de forjar la propia personalidad y es la actitud el resorte que rige a la persona” (J. Vilar).
) El pastel de Dios
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... "Tengo pena de la vida, siento lastima de mis lagrimas, mis ojos están secos de tanto llorar, mi alma está resentida de tantos golpes, mi corazón lleno de cicatrices de tantas puñaladas, mi vida es un libro con palabras cubiertas de pena, escucho mi voz y solo son lamentos, tengo pena de esta vida resignada, tengo pena de mi cuerpo cansado, de este corazón marchito, tengo pena de la sequedad de sueños, tengo pena de mi falta de amor…, tengo pena por no poder soñar, tengo pena de lo que soy"… Así se leía en Internet, es la sensación que tiene alguien que sufre.
Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es impotable!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar."
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que esta lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo.
Felicidad y sacrificio
Todo el mundo busca la felicidad, por encima de todo, y nos gustaría encontrar la llave de la puerta de la felicidad. Dicen que una princesa soñaba felicidades extrañas y durmiendo oyó una voz que le decía: “La felicidad te vendrá por ciertos caminos que te serán presentados; si logras conocerla, ve tras ella y tendrás eso que deseas”.
Y se vio en la terraza del jardín de su castillo, donde se le apareció una hada magnífica, adornada con todo tipo de joyas de oro y de plata. Ella la siguió boquiabierta, pero vio que no era feliz, y le preguntó:
-“¿Eres tú la felicidad?”
-“No - contestó-: soy la riqueza”.
Dijo la princesa: “-Por eso a tu lado yo sentía en mis labios regusto como a tierra amarga.
Y apareció otra hada, cubierta con un manto de estrellas. La princesa caminó con ella, y al notar el corazón vacío le preguntó:
-“¿Eres tú la felicidad?”
-“No - contestó-: soy la gloria”.
La princesa dijo: “-Por eso sentía a tu lado que tenía la cabeza llena de humo y de viento”.
Y después vino aún otra hada, con campanillas de fiesta. La princesa siguió también esta, y al ver en sus ojos una niebla triste, le preguntó:
-“¿Eres tú la felicidad?” “-No: soy el placer”. Y dijo la princesa: -“Por eso sentía yo dentro del alma el peso de ilusiones muertas.
Entonces apareció una viejecita algo curvada, con una cara llena de arrugas, con los ojos sonrientes. La princesa la siguió, y caminaba cuesta arriba por senderos llenos de zarzas que le arañaban las piernas; pero sentía al mismo tiempo una cosa dentro del alma que nunca había notado antes, una especie de reposo lleno de gozo. Y en medio del bosque se transformó la viejecita en la mujer más hermosa y admirable que uno puede imaginarse. La princesa gritó:
-“oh! Tú eres la felicidad!”
-“No - contestó-: soy el sacrificio. La felicidad completa no existe en esta vida, pero de entre todas las apariencias de este mundo, yo soy la única verdadera.
La historia tiene una moraleja: la obsesión por el dinero deja regusto a tierra menospreciable, a tristeza, pues no hay cosa peor que la carcoma de la envidia, esa tristeza por lo que tienen los demás (me decía una persona: “daría todo el que tengo por arrancarme esta envidia que no me deja vivir”) y la avaricia (una persona mayor sufría mucho cuando aquel mes, en lugar de ingresar dinero al banco, tenía de sacar: aquello era ya una enfermedad pues vivía solo para tener más dinero). El poder y la gloria material es todo humo y viento como un globo que está lleno de aire y un día se pincha y se ve que no tenía nada dentro, como vemos en modelos e ídolos de nuestro tiempo, que se derrumban a la pequeña contrariedad y caen en las drogas, la depresión, el suicidio... En cuando al placer, es peso de ilusiones muertas, si se busca “pasarlo bien” por encima de todo, como un mecanismo defensivo, y queriendo evadirse de la lucha por la vida se cae en la esclavitud del sexo, alcohol y drogas... y la desesperanza. Puede decirse que lo que hace infeliz a una sociedad es la búsqueda desordenada de bienes materiales.
El dolor es síntoma de algo malo, pero tiene un valor curativo cuando nos ayuda a entrar en misterio del amor, y por tanto no debemos querer entenderlo con la razón, sino con el corazón: cuando vemos a Jesús a la Cruz que da la vida por amor. La Cruz será señera que al mirarla participamos de la misteriosa transformación del absurdo en el misterio, vemos que aquello tiene un sentido, que tomando la cruz de cada día podemos ser felices. Jesús nos explica el sentido del dolor no con palabras, sino con su solidaridad, como escribió un poeta, Paul Claudel: "El Hijo de Dios no ha venido a destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No vino a destruir la cruz sino a yacer sobre ella. Nos ha enseñado el camino para salir del dolor y la posibilidad de su transformación": transforma el patíbulo de la muerte en el signo de gloria; en este sentido, san Josemaría Escrivá decía que la alegría (la felicidad) tiene las raíces forma de cruz (el sacrificio).
3. Sentido del sufrimiento, un veneno que cura...
¿Es posible encontrar un sentido al sufrimiento?
Gonzalo Beneytez escribió hace años: “La vida humana se desarrolla como un proceso de maduración continua en el que se aprende progresivamente a superar las dificultades inherentes a la vida. A mi entender, las tres “asignaturas” más importantes de aprender son: convivir, trabajar, sufrir. Las tres resumen la asignatura principal: amar. Vamos a ocuparnos de la asignatura del sufrimiento. ¿Se puede aprender a sufrir?, ¿sirve para algo sufrir?, ¿tiene sentido el sufrimiento?
FENOMENOLOGIA DEL SUFRIMIENTO
Repasemos algunas causas del sufrimiento humano, y veamos ejemplos:
-limitaciones físicas; por ejemplo: dolor de muelas, de cabeza, de espalda, cansancio físico...
-limitaciones materiales; sentimos contrariedad cuando la lavadora está averiada, aparece una gotera en el techo, pasamos frío porque la calefacción de la casa funciona mal, o calor en verano porque la casa carece de aire acondicionado, el coche que no arranca por avería en un momento de urgencia...
-limitaciones personales: producidas por sentimientos de desánimo, tristeza, pequeños fracasos personales, torpezas, equivocaciones, errores personales... Otras veces puede ser un sentimiento de incapacidad personal, de debilidad, de ineptitud, de incapacidad para afrontar dificultades de la vida: es la experiencia de las deficiencias personales. En ocasiones nos abruma el trabajo, el carácter o mala educación del jefe de la oficina, o el tráfico que nos impide llegar a tiempo al trabajo o a una cita. Otra vez será quedar mal en una reunión, un comentario desafortunado que me produce sentimiento de ridículo, o un fracaso profesional: suspender unas oposiciones, un despido, un cambio de destino...
-limitaciones, defectos o modos de ser de otras personas que nos producen malestar: gritos o peleas de los hijos, la mudez del marido, los chismorreos de la vecina, la empleada de hogar que rompe cosas, que habla por teléfono, que sisa lo que puede...
-incapacidad de darle sentido al sufrimiento, a la vida. Necesitamos darle un sentido al sufrimiento: lo que más nos hace sufrir es no saber darle sentido o cauce al sufrimiento: pensar: esta vida es un asco, no tiene sentido esforzarse por nada, la felicidad es inalcanzable; lo mejor es pasar de todos y de todo, y mandar a todo el mundo a freír espárragos.
¿SE PUEDE DEJAR DE SUFRIR?
El sufrimiento es inherente a la vida humana. No parece que existan fórmulas para no sufrir. Sin embargo observamos que algunas personas saben llevar a cabo el sufrimiento de mejor manera que otros. Vemos que esas personas han encontrado sentido al sufrimiento e incluso llegan a ser relativamente felices aun sufriendo (ver la obra de Víctor Frankl: El hombre en busca de sentido).
APRENDER A SUFRIR
Tratemos de encontrar algunas de esas claves que han permitido a muchos hombres a encontrar la mejor solución a los motivos del sufrimiento.
-vida sana. Ayuda a prevenir limitaciones físicas. Cuidar la dieta, el ejercicio físico, revisiones médicas...
-ritmo de vida: trabajo, actividades, relaciones sociales... con equilibrio y medida. No pretender dar más de lo que podemos; no exigirnos una velocidad mayor de la que podemos alcanzar: saber esperar, serenidad, saber descansar. Hay que aprender a vencer la tendencia al activismo, que esconde un deseo incontrolado de autoafirmación. Hay que sustituir la pregunta ¿qué debo hacer hoy? por la de ¿a quién y cómo debo amar hoy? Somos a veces muy superficiales porque nos falta tiempo para la reflexión, para la meditación, para una actitud más contemplativa en medio del mundo. Otro peligro es el consumismo. El afán de poseer más, el miedo a carecer de cosas que nos parecen cada vez más necesarias, el afán de llevar a cabo proyectos que nos vamos planteando nos puede conducir a un estado de permanente ansiedad. La ansiedad se cura deseando menos y amando más.
-aceptación de las propias limitaciones y errores: hay que “perdonarse la vida”, los errores. Hay que aprender a estar a gusto con uno mismo, dentro de uno mismo. Quererse bien. Fomentar una sana autoestima. Evitar los pensamientos perturbadores; pensar, por ejemplo: soy un desastre, nunca hago nada a derechas, nadie me quiere, nunca lograré nada... Dios nos perdona siempre pero a veces nosotros no nos perdonamos. Dios nos anima a aceptarnos con nuestras miserias y a tratar de superarlas con visión positiva, pero a veces nos creemos incapaces de superar nuestros defectos, nos desanimamos, nos desesperanzamos, pensamos que no tenemos arreglo. Hay que aprender a reírse de uno mismo y de los propios errores. Hay que aprender a vivir menos en el futuro y más en el presente.
-aceptar las limitaciones de los demás: los defectos ajenos. Aceptar pacíficamente que vivo entre personas con defectos: que siempre tendrán defectos, incluso cada vez más defectos. Aprender a soportar los defectos de los demás: los errores, los comentarios irónicos, gustos distintos, ritmos distintos, aficiones diferentes, pensamientos, opiniones, manías... Aceptar al prójimo cuando no sabe valorar el sacrificio que hago por él, cuando me mal interpreta. Hay que estar preparados porque a veces recibimos disgustos de las personas a las que más queremos. Lo que a veces duele más es sentirse maltratado, incluso traicionado por quien esperamos más. Las personas que nos rodean siempre acaban defraudando.
-aceptar la vida como es, con sus posibilidades y límites: la vida enseña a aceptar la vida tal cual es: a no olvidar que esta vida es en cierto modo, como decía Santa Teresa, una mala noche en una mala posada, y que la vida se encarga de retribuir a cada uno según sus obras. Quien pretende pasar la vida a costa de los demás, sin exigencias, ansiando siempre satisfacer sus apetencias, caprichos y deseos de placer, su gloria y vanidad, acaba con las manos vacías. Quien se esfuerza cada día, luchando para forjarse una existencia comprometida y exigente, quien sabe rectificar y aprender de la vida misma, quien sabe fomentar lazos de confianza y solidaridad, no se ahorra los sufrimientos de cada día, pero vive más feliz que el que huye a toda costa de toda exigencia y esfuerzo.
SUFRIMIENTO Y AMOR
La clave de la felicidad está en saber amar. Quien descubre que en esta vida hay algo grande por lo que vivir: las personas con las que convivimos, y sabe comprometerse, empeñarse para ayudar a los demás a ser mejores personas, y a dejarse ayudar, ése sabe vivir porque sabe amar. Quien es fiel a sus compromisos matrimoniales y familiares, quien es leal con sus amigos, quien es honrado en el ejercicio de su profesión y justo con la comunidad social, ése es feliz, porque sabe amar, aunque cada día acabe rendido por el trabajo y sufra no pocos disgustos en su empeño de hacer cada día más felices a los demás. La respuesta al interrogante sobre el sentido del sufrimiento pasa por una vida humanamente virtuosa. La moral o escuela de la virtud es el arte de vivir, es el arte de amar, es el arte de sufrir. Es la tarea que hemos de emprender los hombres a lo largo de la vida.
SENTIDO CRISTIANO DEL SUFRIMIENTO
La principal escuela de amor la encontramos en la Familia de Nazaret, en ese hogar de Jesús, María y José. Jesús fue creciendo cada día en sabiduría, en estatura, en gracia ante Dios y los hombres. Y con ese empeño –si cabe hablar así- aprendió a sufrir. Aprendió a trabajar con el sudor de su frente, a sufrir persecuciones, incomprensión, ataques, cansancio, hambre, desprecio, calumnias... hasta morir torturado en una Cruz, abandonado de sus discípulos. Jesús quiso cargar con todas las miserias humanas, con todo el dolor humano, y sufrió el desamparo más total para que sepamos encontrar sentido al dolor cuando éste parece cebarse con cualquiera de nosotros, para darnos ejemplo. Jesús sufrió para ofrecer todo eso como reparación del daño que nos hacemos cuando desfiguramos la imagen de Dios en nosotros bajo cualquier forma de pecado. Jesús sufrió para redimir al hombre y hacerle capaz de recuperar el maravilloso destino para el que Dios le había creado.
Cuando el sufrimiento de Jesús llega a su cota más alta, cuando todo parece ser un fracaso, un sinsentido, es precisamente cuando ese dolor alcanza su mayor valor. La Resurrección gloriosa pondrá de manifiesto que todo aquello sirvió para algo magnífico. Jesucristo manifiesta que para alcanzar la gloria hay que pasar por el dolor, por la pasión, por la ignominia. Esta es quizá la esencia del Cristianismo, y este será siempre nuestro gran reto: aprender a llevar con esperanza, con confianza en Dios los sufrimientos de la vida, y convertirlos en ocasión de corredención, en ocasión de santificación de muchos hombres”.
Dolor y crecimiento interior
Cuando sufrimos, absolutizamos un aspecto de la vida: el dolor, esta realidad distorsionante que indica un mal, unos límites... Siempre que podemos lo quitamos, si no seríamos masoquistas. Pero ante el dolor inevitable, es interesante descubrir un sentido positivo, tomar distancia del momento en el que lo único que se puede es padecer o com-padecer, y entrar en la visión de conjunto que compone el cuadro de la creación y de la historia: vemos que los que han superado las dificultades han sobrevivido y progresado. Así, quienes lucharon en el Nilo ante el agua y se esforzaron en desecar pantanos pudieron crecerse y crear una civilización floreciente; por el contrario, los que ante un proceso de desertización fueron a buscar agua a otros lugares más habitables se quedaron en su rudimentario modo de vivir, esos otros pueblos no han vivido casi ningún progreso. La adaptación excesiva al ambiente impide el desarrollo y conlleva el peligro de sucumbir ante un cambio brusco de éste. De la misma forma, eliminar toda dificultad conlleva estancarse en una inmadurez, no estar preparado para la lucha por la vida. Unamuno ve en esa lucha que causa dolor “la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, sólo sufriendo se es persona… el dolor es el camino de la conciencia y es por él como los seres vivos llegan a tener conciencia de sí. Tener conciencia de sí mismo, tener personalidad, es saber y sentirse distinto de los demás seres: a sentir esta distinción se llega por el choque; por el dolor más o menos grande, por la sensación del propio límite. La conciencia de sí mismo no es sino la conciencia de la propia limitación”.
Uno de los casos más paradigmáticos lo vemos en el personaje de Leo Tolstoi en “Guerra y paz”: Pierre Besochov. Sus cambios internos son sorprendentes: “antes era tenido por un hombre bueno, pero no feliz. Uno se mantenía, inconscientemente, a una cierta distancia de él. Sin embargo, ahora emanaba de su boca una sonrisa llena de la alegría de vivir. En sus ojos había compenetración con el prójimo y se insinuaba la pregunta: ¿estáis también tan contentos como yo? Era agradable comunicarse con él. Antes era muy hablador y podía entusiasmarse a lo largo de una conversación. Entonces no atendía apenas a las razones de los demás. Ahora, en cambio, se deja arrastrar raras veces por la discusión y podía de tal modo escuchar a los demás que uno le abría los secretos más recónditos… antes, la princesa (Catarina Semjonovna) creía que su mirada contenía indiferencia y burla, y, como solía hacer con tantos otros, le había declarado prontamente su hostilidad, que era una de sus múltiples cualidades. Ahora, por el contrario, sentía que él había penetrado en lo profundo de su alma, y le descubría, al principio con desconfianza, después con agradecimiento, el lado bueno y oculto de su carácter”. Y no fueron los años ni aprendizajes, sino los pesares de la guerra, y las inclemencias de la cautividad, los que ejercieron tan notable influencia. En este sentido el dicho popular “no hay mal que por bien no venga” nos sugiere que todo crecimiento, también toda creatividad artística o de cualquier otro tipo, pasa por el silencio y el dolor. Le preguntaron: “¿años perdidos?”, a Alexander Solzhenitsin y su cautiverio, y respondió: “no, en realidad no perdidos… quizá aquellos años fueron necesarios… el dolor es esencial para nuestro progreso espiritual y para nuestro perfeccionamiento interior. El sufrimiento viene repartido a la humanidad y a cada hombre, en una cantidad suficiente, para que el hombre pueda sacar utilidad de él, si lo sabe usar en su crecimiento interior”. Pero “la capacidad de sufrir no es inmediatamente asequible, sino que tiene que ser conquistada con esfuerzo de autocreación. Aquí se impone la tarea de forjar la propia personalidad y es la actitud el resorte que rige a la persona” (J. Vilar).
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B. La enfermedad
C. consuelo y curación...
...5.
1. Dolor y consuelo
“¡Lo único que sé de mí es que sufro…!”, dice el alma desconsolada. Duns Scoto evocaba la desolación humana en aquel “la persona es la última soledad” que quiere ser escuchada, que solicita respuesta. Como decía Juan Bautista Torelló (Psicología y vida espiritual), necesita consoladores, no simple consuelo. Es decir, no solo requiere “solatio” (solaz, alivio, pensar cosas bonitas) sino “consolatio” (alivio-comunión, alguien que le abrace), como dice el Salmo 63: “el dolor me rompe el corazón, estoy desesperado. Busco un consolador y no lo hallo”, por eso quien sufre sumido en la tristeza no busca sermones ni palabras, sino que necesita la compañía y abnegación del amigo, la dimensión femenina de llorar juntos: “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), y el que no tiene quien esté a su lado dirá aquello de “he llorado mucho por la noche, porque mi consolador está lejos de mí” (Jer 1,16).
No todos los amigos saben consolar bien, como con los de Job: “sois todos unos consoladores pelmazos” (Job 16,2). Recuerdo un sacerdote muy bueno agonizando, contento de estar acompañado, y yo veía a unos parientes que le hablaban deseosos de preguntarle: “¿estás bien?, ¿cómo te encuentras?, ¿deseas algo?” y al final el moribundo dijo: “sí, ¡que os calléis!” Quería compañía, pero que no le agobiaran, morir tranquilo… él tenía el consuelo de Dios: “Yo, yo mismo os consolaré. Transformaré vuestra tristeza en alegría… El Señor dice: Os llevaré en brazos y jugaréis sobre mis rodillas. Como una madre consuela a sus hijos, así os consolaré yo” (Is 65,11-13). Es difícil esta simpatía, que no consiste en dar al otro lo que le gusta sino lo que le conviene, no es sensiblería sino contacto y distancia a la vez, com-padecer tiene esa comunión evangélica de “si un miembro sufre, todos sufren; si un miembro se alegra, todos se alegran con él” (1 Cor 12,26) y ahondando en ello sigue san Pablo: “Cristo es quien nos consuela en toda tribulación… sabedores de que, así como participáisteis en nuestros padecimientos, así también participaréis en los consuelos” (2 Cor 1,3-7). Comenta Torelló: “Cristo conforta pues, no sólo porque por ser verdadero Dios conoce al yo individual que sufre en su soledad, ni porque Él haya dado respuesta a la pregunta sobre el sentido del dolor, sino porque Él mismo es la respuesta a todos los interrogantes del hombre. Cristo no ha resuelto el misterio, sino que lo ha hecho precisamente más profundo y mayor: MysteriumCrucis.” La gran paradoja que decía Juan Pablo II, más allá de toda razón según san Pablo, que resplandece en la noche pascual, pues Cristo venció a la muerte, pero sigue de algún modo sufriendo en cada sufriente, Jesús está queriendo consolar a cada persona que sufre, sufrir con ella. Y esto no se queda en palabras, como descubrió aquella persona: "Hoy comprendo lo que es amar la cruz: acabo de ver a Cristo clavado en mi cruz, ahora cuando sufro, sufro abrazada a Él!"
Y nosotros hemos de llevar el consuelo que necesita quien pasa por momentos de dolor. No hay técnicas generales, pues nada peor que “despachar” a esas personas con estereotipos, frases hechas, como si fueran niños o idiotas… “se necesita decisión y presencia de ánimo, no para ‘exigir’ sino para despertar posibilidades adormecidas, fuerzas amodorradas, libertades y esperanzas inhibidas…”
La manera mejor de salir de la espiral del dolor, cuando no se puede curar, es trascenderlo: cuando se sufre por una persona, cuando se pasa de aguantar a aceptar, cuando se pasa al ofrecimiento, a la vida como donación y sacrificio, y entonces ya no es algo impuesto el dolor sino libre, como Jesús que da la vida (la penitencia por ejemplo es expiación querida, a diferencia del castigo que es expiación impuesta).
La esencia del sacrificio no es el dolor, sino el amor, no somos masoquistas… así “Cristo nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar a otros en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1,4).
2. Resurgir de una crisis
La vida es superación, búsqueda de un sentido, y el sufrimiento aunque a veces duele engrandece a quien lo padece, todo ello está reflejado en la famosa historia de un águila, ese animal tan longevo, majestuoso en su vuelo, de quien se creía que rejuvenecía cuando cambiaba su plumaje (“de modo que te rejuvenezcas como las águilas”, dice el Salmo 103, 5 e Isaías. 40, 31): nuestra águila puede llegar a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40, debe tomar una seria y difícil decisión. Entonces, sus uñas están apretadas y flexibles y no consigue tomar las presas para alimentarse. Su pico largo y puntiagudo, ya muy largo, se curva demasiado hacia el pecho. Las alas, envejecidas y pesadas, y las plumas gruesas. ¡Volar se hace ya tan difícil! Entonces, el águila tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentarse a un doloroso proceso de renovación que durará 150 días: consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, anidar cerca de un paredón. Allí el águila comienza a golpear su pico en la pared hasta conseguir arrancárselo. Luego debe esperar el crecimiento de uno nuevo con el que desprenderá una a una sus uñas. Cuando éstas comienzan a nacer, comenzará a desplumarse, y a esperar 5 meses, cuando sale para su vuelo de renovación... a vivir 30 años más. En nuestras vidas, muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación; para continuar un vuelo de victoria, debemos desprendernos de costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor. Solamente libres del peso del pasado podremos aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre trae.
En la vida tenemos crisis, a nivel personal, familiar, profesional, social... llamamos crisis a la manifestación aguda de un trastorno físico o moral, cuando se crea una situación tensa y difícil en la vida y hay que resolver un problema, para volver a un equilibrio, una armonía vital... pero de las crisis no se sale siempre derrotado, sino que el resultado puede ser un vuelo con alas nuevas. Los golpes de la vida nos pueden hacer más fuertes, aunque pueden también hacernos caer en el escepticismo. A algunos, les viene una tristeza vital, esa "insoportable ligereza del ser", que dicen ahora. Es una tristeza con preguntas negativas: "¿la vida es sólo esto?, ¿de verdad esto es todo?" Ante un shock que aturde, absolutizamos aspectos que no van (de la vida personal, del cónyuge, del trabajo), a veces aparecen ganas de cambiar de vida, moverse, y es muy fácil equivocarse pues en esa situación no podemos ser objetivos, perdemos la visión de conjunto. Son momentos de desnudez en los que se ha perdido pico y plumas, y hay que saber estarse quietos, esperando que pase la tormenta (exterior e interior) y vuelva a salir el sol, el pico y las alas, pues como dice la canción "no hay pena que cien años dure". Me decía una persona: “con frecuencia tengo angustias por un asunto u otro. A mí me gustaría, tener más ligereza en este aspecto, no implicarme hasta este punto, pero no puedo evitarlo...” pero precisamente allá encuentra el consuelo de Dios: “por cada problema que tenemos, Nuestro Señor tiene muchas soluciones. Realmente miras la inmensidad el mar y te ves tan poca cosa..., que piensas que arriba hay alguien que ya sabrá encaminar el problema, más bien que yo. Creo que ha de pasar el tiempo, pero yo no lo veo claro... Parece que todo el mundo te deje colgado... necesito hablar con alguien que analice las cosas sin involucrarse, alguien que me permita dejarme expresar lo que siento, y así encontrarme mejor”.
Así, ese proceso de renovación y limpieza prepara para una nueva etapa, mira hacia lo que queda de nuestra vida, para afrontar los problemas de cara, porque la fuerza no se obtiene de acostumbrarse a la derrota sino del proyecto que se forja en la inteligencia y en el corazón y el esfuerzo en la lucha para alcanzarlo.
... 10. El arte de rehacerse
“Resiliencia” es una palabra nueva en psicología, es la capacidad de resistir ante las contrariedades y rehacerse, adaptarse a las situaciones sin romperse, para mantenerse, y luego volver a la situación estable, óptima. Las personas tienen la posibilidad de sobreponerse a las crisis, y construir positivamente sobre ellas, aprovecharlas para hacer palanca sobre lo positivo que hay en algo malo, y moverlo. La “resiliencia” se aplicaba hasta hace poco a los cuerpos físicos como metales, para indicar la cualidad por la que se doblaban sin romperse y volvían a la situación original. Es la cualidad de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. “Se ha definido como la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves” (Héctor Lamas). Recuerdo una película que muestra el re-hacerse de los pueblos de Irán después del terremoto de 1992, se titula “Y la vida continúa”. Bonito título.
Esto, como se ve, tiene interés para explicar cómo hay que resistir y hacer frente a las adversidades de la vida, desgracias de todo tipo, sin rompernos, “pues aunque nos doblemos al principio, después somos capaces de asumir los traumas padecidos y desarrollar recursos internos latentes de los que ni siquiera éramos conscientes (…) el mismo hecho desolador (una pérdida traumática y repentina de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad grave, un terrible revés económico) a unos les afecta de tal manera que no logran reponerse en meses y en años y les sume en una profunda depresión, llevándoles al abandono de sí mismos y al deterioro físico y psíquico, mientras que otros, pasados los primeros días, todo lo superan y no quedan afectados. Es más, algunos se sienten fortalecidos tras la superación del trauma y afirman que les ha servido como lección y experiencia práctica de cara al futuro” (Bernabé Tierno). No son tanto los hechos objetivos, sino la interpretación que sobre ellos se hace, lo que influye. En el estudio llevado a cabo por Fredrickson y colaboradores a partir de los atentados de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, se encontró que la relación entre resiliencia y ajuste tras los atentados estaba mediada por la experimentación de emociones positivas. Así, se afirma que las emociones positivas protegerían a las personas contra la depresión e impulsarían su ajuste funcional. Se está hablando mucho de lo bien que va a la salud del alma y cuerpo la experimentación recurrente de emociones positivas, y que provocan a su vez emociones positivas en los demás, de forma que las redes de apoyo social se ven fortalecidas.
Las emociones son como respuestas subjetivas a lo que pasa, y esto influye en el organismo, donde más se refleja es en la expresión del rostro. Es un procesamiento y evaluación de la información recibida. Por eso pienso que se equivoca la psicología positiva cuando quiere reprimir todo sentimiento negativo. Simplemente hay que integrarlos, y educarlos para que no se desmadren. Pienso que la tendencia a la tristeza no es algo inhumano, y por tanto no hay que obviarlo, pues así como el dolor es la respuesta a un mal físico, o el remordimiento un síntoma de un mal moral, así también cuando el cuerpo no puede hacer frente a un dolor excesivo se desmaya, o el alma se deprime. La huida de la realidad es una solución pasajera, que tiene diversas formas: una es no pensar en el trauma, y esto lo aletarga en el tiempo, otras huidas son químicas como las pastillas, el alcohol o las drogas, pero también puede ser el sexo o el sentimentalismo de las telenovelas, pero para llegar a la solución, la forma de intervención no ha de ser la huida sino enfrentar al sufriente con su dolor, en cuanto le sea posible es decir cuando tenga los medios para poder superar aquello. Las madres dicen que a cada fiebre el hijo crece, también crecemos con el dolor y nos estamos reconduciendo, es por tanto humano el sufrimiento… Si bien es cierto que los traumas considerables nos hacen más vulnerables a infecciones, enfermedades cardiovasculares, estrés y depresiones, también lo es que una actitud de capacidad de encajar estos golpes hará que como las abejas extraen miel del tomillo, las personas sensibles suelen sacar ventajas y provecho de las circunstancias más adversas. A la larga, transforman las dificultades en oportunidades. No dependen de las circunstancias, sino que sean las que sean también en las experiencias de su infancia, etc., son arquitectos de su propio destino. Su optimismo vital les hace crecer ante el desafío cuando otros se achican y pierden el equilibrio interior, de los limones (amarguras de la vida) saben hacer limonada, están abiertos a la esperanza.
La resiliencia no es absoluta ni se adquiere de una vez para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, se sitúa en este contexto de psicología positiva. La gente agradecida valora lo que tiene, lo sabe valorar y es feliz aunque tenga menos, muchas veces el que tiene más cosas no vive, pensando en las que aún le “faltan”…
Además, si uno tiene fe, sabe que Dios nos ama y que no permitiría nada malo si no sabe sacar de aquello algo mejor, que todo es para bien, en el sentido de que Dios reconduce todo hacia nuestro bien, entonces, al saber que lo mejor siempre está por llegar, se puede luchar de manera mucho más profunda en este sentido positivo de la vida, y concretarlo en el aprendizaje de la resiliencia.
3. Paz y oración…
“Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa. / Dios no se muda, / la paciencia / todo lo alcanza. / Quien a Dios tiene, / nada le falta. / Sólo Dios basta” (Santa Teresa de Ávila). Es famosa la versión de Taizè en canción de estas palabras, que me llegó por Internet con los siguientes comentarios, muy suculentos: “Hay demasiados ruidos en ti...escucha en lo profundo de tu ser... Hay demasiadas preocupaciones en tu mente... y demasiado peso en tu corazón... quédate a solas... entra en tu aposento… El Señor está aquí y te llama… te ama y te espera... Quédate en silencio delante del Señor…Olvida tus palabras, olvida tus recuerdos, tus peticiones, tus proyectos; mírale, escúchale sin que tus voces interiores te distraigan. Quédate en paz ante Él, abandona en Él toda turbación, todo cuidado, toda preocupación, olvídalo todo. Quédate sin ataduras, libre de tus deseos, pobre como la madera muerta en invierno, vacío de todo cuanto no sea Él. Quédate solo, sin nadie más en tu corazón, que ninguna criatura se interponga entre vuestras miradas. Quédate sin quejas, sin estorbos, sin huéspedes extraños, sin nada que no sea Él. Quédate entero, sin más recuerdo que Dios, sin buscar consuelos humanos,sepultado con Él y en Él, desapareciendo tú para hacerte don en su corazón. Quédate sin tristezas, sin resentimientos, sin orgullo, sin falsas imágenes de ti mismo. Quédate a la escucha de su Palabra, hazte Palabra y Voluntad suya. Quédate sin poderes, sin privilegios, sin honores, sin ídolos, y deja a Dios ser Dios. Quédate en adoración tan profunda que nada altere esa atención, que ni penas ni goces quebranten ese abandono... Quédate en silencio delante del Señor, desaparece tú y que sólo Él sea en ti. Quédate en silencio... Quédate... “Quédate en silencio delante del Señor...” (Salmo 37, 7)”.
Así lo dice también El peregrino ruso cuando le aconsejan: “—Siéntate solo y en silencio. Inclina la cabeza, cierra los ojos, respira dulcemente e imagínate que estás mirando a tu corazón. Dirige al corazón todos los pensamientos de tu alma. Respira y di: Jesús mío, ten misericordia de mí. Dilo moviendo dulcemente los labios y dilo en el fondo de tu alma. Procura alejar todo otro pensamiento. Permanece tranquilo, ten paciencia y repítelo con la mayor frecuencia que te sea posible…”. Él lo hace, pero señala: “comencé a aburrirme… una densa nube de extraños pensamientos me envolvió”, y se le dice que insista pues en esta “guerra del mundo de las tinieblas contra ti, nada aborrece tanto como el recogimiento interior, por eso procura distraerte e impedir que aprendas a orar interiormente. Pero el enemigo sólo puede hacer lo que Dios le permite y Dios sólo le permite lo que es necesario... —repite sólo…: Jesús mío, ten misericordia de mí... después de cierto tiempo también tu corazón se abrirá a la oración…” Y el peregrino es paciente y encuentra esa paz inalterable de quien no vive de fatuidades: “desde entonces camino sin cesar y rezo ininterrumpidamente la oración de Jesús, que es para mí más preciosa y más dulce que todas las cosas del mundo. A veces ando hasta 70 km en un día y no me siento cansado… si alguno me hiere, me basta pensar: ‘¡qué dulce es la oración de Jesús!’, para que la ofensa y el resentimiento se alejen y sean olvidados. He llegado casi a la insensibilidad; no tengo preocupaciones, no tengo deseos…”, quien vive de amor desea sólo sembrar de paz y alegría los corazones.
Pilar V. Padial, al leer los textos de más arriba, de este apartado, comenta: "Pues me gusta mucho... Lo primero que quiero decir es que tengo muchas limitaciones pues mi tiempo de trabajo es muy lento a causa del malestar y de las otras tareas.
Quisiera destacar algunos puntos que comparto especialmente (seguro que me olvido de alguno): -el enfermo necesita compañía (interior), alguien que lo viva con él: si tú me dices que esto mío es fácil de soportar pero luego no puedes ni aguantar mi lentitud al caminar (y eso que no sufres el dolor) algo no funciona. A veces se agradece una simple partida de parchís: compartir de alma a alma y pasar un rato de amor como se pueda, no es necesario entrar en grandes deisertaciones. La conversación surge luego espontánea.
-Ya se "flagela" uno bastante, no son muy constructivas muchas lecciones sino sólo las necesarias.
-La resiliencia es fundamental y el tiempo de estar a solas resguardado mientras uno está "desnudo de todo" hasta ver cómo sigo... Hay que respetarlo y acompañarlo con respeto y calidez.
-Conversaba con una compañera enfermera de la asociación de enfermos (enferma ella también) y, pensando en nuevas actividades para el grupo, decíamos: "y, mejor que mucha charla de inteligencia emocional a las que siempre asistimos los mismos, ¿no iría hacer cosas que los lo hagan pasar realmente bien y crear comunión?" Lo decíamos por el hartón de reír, colaborar y afianzar amistad que habíamos experimentado al elaborar artesanía para vender...Aparte de que nos hace de fisioterapia de las manos.
-Saber que tienes quien te quiera como eres ayuda mucho.
-Ayuda la calidez sin más...por ejemplo, cuando estoy muy echa polvo, en la cama, suele venir mi gato a arrebujarse al lado y se harta de hacerme mimos y tonterías.
-Dios, por supuesto, es la respuesta, pero a ratos hace falta quien nos tome de la mano de camino en pos de Él.
-Bueno, ya me he dejado muchas cosas, pero me gusta mucho el texto...
-Otra es el realismo: que te digan "no seas negativo: has de pensar que te pondrás bien" y ya no te atreves a decir que no. Pero si, en realidad ya se ha demostrado y redemostrado que no, que sólo sería así en un milagro, lo positivo es desear no tener grandes brotes o, por lo menos tener medios de vida para sobrellevarlos (económicos, etc.). Por ejemplo a mi me han entorpecido en la tramitación de mi invalidez los que no quieren aceptar que en esta vida hay enfermedades que no se pueden curar por mucha fuerza de voluntad que pongamos, si no, la gente no se moriría. A veces no se soporta esa presión tan grande por la mejoría (¡bastante ganas y esfuerzos le pone uno!). Y sería mejor vivir, porque si esperamos a estar mejor para vivir, nunca viviremos.
-También ayuda mucho poder tener proyectos comunes con otros (como éste) porque ayuda a sentirse vivo y no que el mundo te ha enterrado ya y sólo se acuerda de ti para traerte "flores de vez en cuando". Duele mucho la actitud del que te hace sentir"no quiero nada tuyo, no necesito nada tuyo porque el pobre, el tonto y el miserable (incluso el culpable), eres tú".
-¡Ah! y sobre "El peregrino ruso" es un libro que me ha ayudado mucho porque a veces realmente no se puede pensar ni hacer nada bueno. Entonces hay que andar el camino sólo son la fe: caminar y decir constantemente en cada respiración:"Jesús, Hijo de Dios ten compasión de mí, pecador" y seguir sin pensar más. Sólo al cabo del tiempo se verá el camino andado".
Otro día más, igual que en los precedentes, idéntico en los siguientes, avanzaba hacia la clase, el viejo profesor. Sorteaba inerte el incesante movimiento de las niñas que jugaban durante el recreo, revoloteando ruidosas, como pajarillos anidados en un ciprés. No miraba a nadie, no saludaba a nadie y, con la costumbre, lo mismo hacían todos con él. Como un mueble parlante comenzaba la clase llenando, de paso, la pizarra, sin más, de logaritmos, ecuaciones y todo aquello que, en días más florecientes, había dominado cual virtuoso pianista del los números.
Algún año atrás, su fama le precedía: “¡ya verás cuando te toque en su clase!, ¡prepárate! ...¡un eminente matemático!” (¡Como si esta expresión no fuera un pleonasmo!; yo temblaba pensando en ese futuro). Pero las garras de una grave embolia le habían convertido en esos jirones de lo que fue.
Bien, sólo un leve “click” al cerrar la puerta; creo que no me ha oído nadie. Ahora me deslizo rápidamente hasta la calle y...¡Nadie! ¡Todo funciona según el plan previsto!. Esa quietud de la farola, iluminando invariablemente, me reconforta un poco...comienzo a avanzar.
Espero haberlo cogido todo...¿Qué es ese martilleo? ¡Ah!, son los pulsos de mis sienes...el suelo se desdibuja a mis pies. No sé si habrá sido una buena idea hacerlo precisamente hoy...Las estrellas contemplan mi nerviosismo extremo. ¿Estrellas? Ya son guirnaldas que gfiran y giran, estoy a punto de desmayarme. ¡Dios mío, ahora sí que necesito ayuda!
¿Qué es esa súbita nube de luz que ha aparecido como de la nada? ¡El autobús! ¡Estoy salvado!. Creo que el conductor me mira cpon sospecha...¡Lo sabe!
-Abuelita, ¿ese señor está drogado?
-Calla, no seas maleducado.
-Pero es que tiembla y suda mucho...
Para ser la primera vez que lo intento no ha ido tan mal.
Amanece; aquí es la consulta...¿Cuándo conseguirá el psiquiatra curarme esta horrible agorafobia!
Pilar V.Padial
DESPEJANDO LA ECUACIÓN DE LA VIDA
Otro día más, igual que en los precedentes, idéntico en los siguientes, avanzaba hacia la clase, el viejo profesor. Sorteaba inerte el incesante movimiento de las niñas que jugaban durante el recreo, revoloteando ruidosas, como pajarillos anidados en un ciprés. No miraba a nadie, no saludaba a nadie y, con la costumbre, lo mismo hacían todos con él. Como un mueble parlante comenzaba la clase llenando, de paso, la pizarra, sin más, de logaritmos, ecuaciones y todo aquello que, en días más florecientes, había dominado cual virtuoso pianista del los números.
Algún año atrás, su fama le precedía: “¡ya verás cuando te toque en su clase!, ¡prepárate! ...¡un eminente matemático!” (¡Como si esta expresión no fuera un pleonasmo!; yo temblaba pensando en ese futuro). Pero las garras de una grave embolia le habían convertido en esos jirones de lo que fue.
Cuando, como una sombra inerte, detenía su explicación para volverse hacia la clase, más como un ritual que como un acto de comunicación, podían contemplarse a satisfacción las múltiples manchas en su pantalón desajustado y arrugado, como su camisa, a la que solía faltarle algún botón, amén de que no podía distinguirse ya su color y estampado originales. Sus ojos eran fríos, inexpresivos, como los de un animal de sangre fría y, éste incluso, disecado.
Se adivinaba, sí, su ciencia acumulada, pues nunca perdía el hilo de una explicación ni dejaba un problema sin solución. Sin embargo, el temario del curso había quedado olvidado en algún pliegue de su cerebro herido. Me exasperaba que, a causa de mantener por piedad a un anciano enfermo en su puesto de trabajo, se me saboteara mi asignatura favorita, la que sería el abecé de mis estudios posteriores...¿Era caritativo mantener a un mal profesor para no dejarle en el desamparo de una cotización incompleta, a costa del óptimo aprendizaje de sus alumnos?. Aún no he logrado responder a esa pregunta.
Preguntándome si alguien miraría con ternura a nuestro decadente profesor, si habría una mano que preparara un caldo caliente a su estómago en medio de un catarro, descubrí con horror que, tras sacar su pañuelo del bolsillo, lo liberaba con la uña de las costras de los mocos y lo depositaba, para que se secara en la estufa...El intercambio de miradas entre nosotras, quinceañeras escrupulosas no sé si era más de asco o de perplejidad.
Y así nos fuimos acostumbrando a ignorarle, a ignorar las manchas de todo tipo de sustancias en los exámenes que nos devolvía, y a mirar hacia otro lado cuando con ellos entraba en los servicios, el sucio profesor.
Un día fue diferente, y nos sorprendió contándonos el gracioso chiste de la sastrería de al lado de la clase de matemáticas. Mientras se desternillaba de risa repitiendo: “y qué les importará si cosemos o no cosemos y si entra gente o no entra gente...”, descubrimos que afloraba una chispa de vida bajo su rostro de cera. Pero fue apenas el destello de un instante, en los ojos del apagado profesor.
Cuando le entregué el justificante que mis ausencias por una enfermedad me obligaban a presentar, me conmovió de veras el triste profesor. Como ya nadie se molestaba en hacerlo, parece que ese gesto de respeto le llegó al corazón , y entonces descubrí que aún lo tenía. Me explicó amablemente todos los conceptos que me había perdido y, mientras lo hacía, me avergoncé de mi misma, por haberle tantas veces menospreciado.
Nunca salió de su boca una queja, jamás nos faltó al respeto ni se irritó con nosotras, el paciente profesor.
Aquél funesto día de lluvia era más triste que otros; ignoraba razón de la pesadumbre de mi alma, pero pronto la conocí: había muerto, tras larga agonía atrapado bajo su volante, cuando conducía por una solitaria carretera, el difunto profesor.
Descubrí entonces cuánto le apreciaba y como creo firmemente que el amor no sucumbe ni al tiempo ni a la distancia, le tomé en espíritu de la mano y, acompañándole en su último camino, le dije tiernamente: “no pasa nada, tranquilo, vuela ya hacia el abrazo de tierno fuego que devolverá la vida a los ojos, el color a las mejillas...del alma, y reposa en paz“. Gracias, don Miguel, mi sabio profesor, mi anciano profesor, mi buen profesor. Perdona mi inconsciencia juvenil. No aprendí en tus clases demasiadas matemáticas, pero sí enormes verdades sobre la vida, sobre mí, en fin. Hoy elevo una oración por ti (Pilar V.Padial).
Otro relato de Pilar, también sobre la comprensión:
SENTIRSE FUGITIVO
Bien, sólo un leve “click” al cerrar la puerta; creo que no me ha oído nadie. Ahora me deslizo rápidamente hasta la calle y...¡Nadie! ¡Todo funciona según el plan previsto!. Esa quietud de la farola, iluminando invariablemente, me reconforta un poco...comienzo a avanzar.
Espero haberlo cogido todo...¿Qué es ese martilleo? ¡Ah!, son los pulsos de mis sienes...el suelo se desdibuja a mis pies. No sé si habrá sido una buena idea hacerlo precisamente hoy...Las estrellas contemplan mi nerviosismo extremo. ¿Estrellas? Ya son guirnaldas que gfiran y giran, estoy a punto de desmayarme. ¡Dios mío, ahora sí que necesito ayuda!
¿Qué es esa súbita nube de luz que ha aparecido como de la nada? ¡El autobús! ¡Estoy salvado!. Creo que el conductor me mira cpon sospecha...¡Lo sabe!
-Abuelita, ¿ese señor está drogado?
-Calla, no seas maleducado.
-Pero es que tiembla y suda mucho...
Para ser la primera vez que lo intento no ha ido tan mal.
Amanece; aquí es la consulta...¿Cuándo conseguirá el psiquiatra curarme esta horrible agorafobia!
Pilar V.Padial